Mauricio Marcin
Comencé a trabajar con el archivo de Juan José Gurrola cuando Gurrola estaba aún vivo, alrededor del año 2004, con la idea de hacer una exposición, con cierto carácter retrospectivo, que abarcara las diversas manifestaciones de su quehacer. Para ello el archivo fue nuestra fuente primaria: se planteó como una exposición principalmente documental y la totalidad de los objetos exhibidos en aquella muestra –celebrada en la Celda Contemporánea– salieron del archivo que su pareja, Rosa María Vivanco, ordenaba con ahínco y obsesivo rigor virginiano.
El archivo/casa se encontraba entonces en la calle de Sonora frente al parque México en un departamento ubicado justo encima del restaurante Racó, ahora, creo, desaparecido.
De tal forma, las reuniones para visita del archivo sucedían intercaladamente en el restaurante, con aceitunas y vinos, y en la casa para revisar los folders dentro de los archiveros, los ficheros, las cajas de diapositivas, los discos duros… Un oleaje entre el diálogo y la soledad que te confronta, primero a los ojos del otro, luego a los papeles necios, obstinados.
Tras un año, o dos de trabajo la exposición sucedió. Poco tiempo después Juan José murió. Un primero de junio. Yo cumplí años un día después, el 2 de junio, y siempre he pensado que ello fue una señal, pero como toda señal es hermética y enigmática no he podido desentrañar su sentido.
Tardé mucho en volver a la casa, sino para visitar a Rosa sin afán, sin prisa, por el puro deleite. Y como el archivo ha estado siempre en casa de Rosa, no puedo disociar la experiencia de investigación (que se resolvió ahora como muestra en el Museo de Arte Carrillo Gil) con la presencia de Rosa: visitar el archivo era indisolublemente visitar a mi amiga y nutrirme de sus recuerdos.
Es imaginable esta experiencia pero la explicitaré porque se distingue gratamente de otros procesos de investigación archivística, justamente, por su dimensión humana. Cada una de las visitas que realicé estuvo prologada por una amena charla, vinos también de por medio, como si una suerte de ética etílica definiera las búsquedas y los encuentros.
Muchas de nuestras conversaciones han quedado registradas en grabaciones de audio que, quizás, en algún momento valga la pena hacerlas públicas pues guardan mucho de lo anecdótico que rodeó la vida y la obra de Gurrola, y como buen filósofo cínico, las anécdotas sirven como condensadoras de una ética. Cabe aquí un botón: corría el rumor (cierto, lo he comprobado a través de hemerografía, el periódico La Jornada reportó el evento con una nota) de que Gurrola, encabronado por la invasión yanqui a Panamá, fue a protestar a la embajada estadounidense en la Ciudad de México y comenzó a golpear pelotas de golf hacia el edificio. Lo imagino practicando su aproach, luego un fierro 7, sonriendo y gritando improperios al cónsul, al embajador, a la autoridad imperial. No tardaron mucho en llevarlo a los juzgados. El archivo guarda un documento que pensé, de cierto modo comprobaba también el hecho.
Tiempo después caía en la cuenta que las fechas no correspondían. La invasión gringa sucedió en 1989 y el documento es de 1991. Me pregunté entonces, por qué motivo habrá “reincidido” Gurrola en conductas ilegales. Nunca lo he logrado averiguar.
Ocurrió entonces, una suerte de serendipia. Cuando se inauguró la exposición de Gurrola en la Celda Contemporánea, Adriana Lara y Fernando Mesta (Los perros negros) inauguraron, también, una excéntrica exposición en el centro histórico. Propusieron que al lado de la muestra de Gurrola se exhibiera un proyecto de archivo, The backroom, curado por Magalí Arriola, Kate Fowle y Reanud Proch. La coincidencia enriqueció mutuamente a ambas muestras.
Años después, como todo río que crea meandros y avanza y retrocede (creo que los ríos no se fijan en conceptos progresivos) a Fernando se le ocurrió la idea de trabajar en su galería una muestra de Gurrola: La Mazeta, primera muestra antikinética de Juan José Gurrola. La exposición fue un ocurrente experimento, un experimento doble. Por un lado, en el frente de la galería, se expuso un libro (deshojado) que Gurrola dibujó en una sola noche frenética, el Libro Morado. Una exposición, que recurría a las formas canónicas de exhibición, objetos bien portados, elegantemente exhibidos, bienes de consumo. Yo quise comprarlos todos.
Por el otro lado, o mejor dicho, en la parte posterior de la galería (dividida en dos) se montó una suerte de archivo temporal y una dinámica que convocó durante los dos o tres meses que duró la exhibición, a todas las personas que tenían obra o documentos sobre Gurrola para prestarlos a la galería, de tal forma que pudieran ser documentados y crear así un avance en el catálogo razonado del artista. El experimento fue un éxito. Muchas amigas, colegas, colaboradores, coleccionisitas, etcétera prestaron los más diversos objetos: pinturas, dibujos, fotografías, notas, cartas, invitaciones, posters y demás parafernalia y efímera.
A partir de entonces la galería Gaga se convirtió en un aliado fundamental del Archivo Gurrola. Ya no era solamente Rosa, la que conducía los esfuerzos por mantener en orden el archivo, y vaya que es inmenso laburo. Hay que mencionar que la construcción de este archivo ha sido enteramente un esfuerzo de personas que custodian el legado de Gurrola. Ellas, no solo Rosa, han solicitado becas al Estado Mexicano, otras veces a fundaciones como Jumex y a cuántos han podido para intentar mantener al archivo en las condiciones de conservación que se requieren. Angélica García merece una mención especial porque ha coadyuvado incansablemente a su cobijo, además de ser una investigadora puntual de ciertos momentos del arte mexicano, especialmente en entrecruzamientos con el mundo teatral gurroliano.
Breve digresión COMERCIAL: ¿Será que venden el archivo a alguna institución extranjera? ¿Será que se queda en casa de Rosa muchos años más? ¿Será que lo donan al INBAL? ¿Cómo se negocia la venta de algo así? ¿bajo qué clausulas y premisas? Recuerdo las palabras de Felipe Ehrenberg, quien alguna vez me dijo: los particulares pueden hacer de su culo un papalote. Y coincido. A ver qué hacen. También recuerdo las de Rosa: este archivo está a disposición de todos y su acceso será siempre universal.
AL ESTILO ESTRIDENTISTA
AL MEJOR POSTOR, ES DECIR, AL PEOR
La heterogeneidad de la tipología documental es una característica de los archivos personales, y este es el caso del Archivo Gurrola: apuntes de teorías teatrales, artículos, audio, boceto de escenografía, boceto de vestuario, cartas, catálogos de obra, compañías teatrales, conferencias, correspondencia, dibujos, fotografías, guiones, imagen en movimiento, imagen fija, letras de canciones, libreta de dibujo, libretas de notas, notas de prensa, obra plástica, poesía, programas de mano, proyectos arquitectónicos, sonido y video.
Consta alrededor de:
250 000 expedientes
18 413 fotos
326 piezas de audio
418 piezas de imagen en movimiento
50 cuadernos de notas
De cualquier manera, las acometidas al archivo no cesan. Piden acceso investigadorxs de naturalezas heterogéneas para saber qué hizo Gurrola en torno al teatro, otrxs para investigar la veta sonora, otrxs la cinematográfica, etc, etc, etc.
Hace dos años, Angélica García postuló un proyecto al FONCA, el cual fue beneficiado y con los recursos obtenidos se logró digitalizar todos los documentos relacionados con las primeras tres décadas de creación teatral de Gurrola.
“Se digitalizaron, catalogaron y describieron los documentos correspondientes a las tres primeras décadas de su trabajo como director de escena. Se generaron alrededor de 2 mil registros que incluyen más de 4 mil imágenes que desde ahora están disponibles para la consulta pública [en internet]”. Este recurso, valiosísimo, cumple en parte el deseo de Rosa Gurrola de ofrecer acceso universal al archivo. Me parece un gran logro esta sinergia entre particulares e instituciones públicas.
Otra digresión: Si bien, he considerado que la muestra de Gurrola en el Carrillo Gil es la culminación de mis esfuerzos en relación a este personaje, creo que una siguiente aproximación mía al archivo tendrá que ver con el teatro. Cuando no tengo dinero para pagar Netflix, me meto a la base de datos virtual y me deleito viendo fotos: Vera Larrosa es mi favorita junto con Mauricio Davison. Ambos tienen algo de fantasmas que me cautiva.
He pensado en hacer una ¿exposición? de puras escenografías teatrales. es decir, reponerlas en un espacio amplísimo, para que vivan en una suerte de mundo fantástico, por supuesto, todas ellas serían penetrables. Imagino una mezcla de Lewis Carroll con Tito Monterroso y Alejandro Luna.
Bajo el bosque blanco, 1962, Casa del Lago
Cortesía Fundación Gurrola A.C.
Roberte, esa tarde, 1975, Casa del Lago
Cortesía Fundación Gurrola A.C.
La prueba de las promesas, 1979, Teatro Juan Ruíz de Alarcón.
Cortesía Fundación Gurrola A.C.
Hay conflicto en Tahiti, 1996, Teatro Casa de la Paz
Cortesía Fundación Gurrola A.C.