en el estudio: Cecilia Miranda

En el estudio

Isabel Sonderéguer

Aparece en zoom una ventana al espacio que habita Cecilia Miranda. Ella está sentada en el centro, vestida de negro. A su alrededor, puedo observar las paredes blancas, cubiertas por cuadros, papeles y plantas. A su derecha se despliegan una serie de fragmentos de hojas con palabras que no alcanzo a distinguir. Por encima de estas, se pueden ver los árboles que rodean su departamento. Atrás de ella, hay unas obras colgadas y un mueble lleno de libros, macetas de colores y plantas; a su izquierda un pizarrón de corcho con dibujos y hojas de colores.

Cecilia Miranda (Ciudad de México, 1993) es artista visual, gestora cultural y escritora. Ella dice que su práctica está formada a partir de “pedacitos” que encuentran después puntos en común y lugares de conexión. La multiplicidad de líneas en las que se desarrolla crean procesos de trabajo y creación muy lentos, los cuáles le permiten adentrarse profundamente en cada uno de sus proyectos, y construir puertas entre unos y otros.

El interés que atraviesa toda su práctica es el espacio de vivienda. Miranda intenta superar la idea de espacio doméstico para abarcar no sólo las dimensiones sociales y afectivas del espacio, sino poder pensar también en políticas de vivienda pública, en modos de construcción y en las materialidades de los edificios.

Le gusta trabajar con la idea de casi casas, porque le parece que es un error pensar que las casas se terminan cuando finaliza su construcción. En realidad, la casa es un espacio en constante mutación, siempre a punto de suceder. Es un intervalo, un lugar ambiguo, al que le falta siempre un fragmento. Las casas acumulan capas de tiempo, y se encuentran siempre proyectadas hacia el futuro.

Cecilia Miranda, Bodegón, 2020

Desde el año pasado, empezó a trabajar con la casa de su infancia, ubicada en Coacalco. La casa lleva ahora diez años abandonada, pero todos los objetos que la componían se quedaron en su interior. Esto llevó a Miranda a trabajar con los objetos del pasado como materialidades que pueden afectar el presente, a estudiar la microhistoria de los objetos y entender qué tuvo que pasar para que esos objetos estén en las condiciones de abandono en las que se encuentran ahora. Investigando más sobre la historia de la casa, el tipo de construcción que tenía, las razones por las cuáles fue construida, así como su estado actual, llegó a la conclusión de que esa casa funcionaba como entidad con voluntad propia. Para la artista, las casas funcionan como seres vivos, estableciendo una relación con los elementos que se encuentran a su alrededor. En este sentido, los sujetos no se encontrarían en una posición superior, sino que se crea una relación horizontal en la cual las cosas también nos devuelven la palabra. Miranda retoma aquí una idea de Hito Steyerl, quien dice que se trata en realidad de un problema de traducción, ya que no sabemos escuchar los objetos.

¿Quién habita la casa cuando está abandonada?

¿Cómo cambia la casa cuando ya no hay presencia humana?

¿Qué hay en su interior?

Partiendo del error de pensar que las casas están hechas necesariamente para ser habitadas por personas, Miranda llegó a la conclusión de que la casa no se encontraba en realidad abandonada. Seguía estando habitada por objetos, animales y vegetación. Seguían tejiéndose una multitud de relaciones en su interior, sólo que ya no se encontraban mediadas por la presencia humana. Para estudiar las nuevas dinámicas presentadas al interior de las paredes del hogar de su infancia, realizó un exhaustivo inventario de los objetos que ahí se encontraban. Objetos afectados por los años de existir, de pasar de mano en mano y de relacionarse con cuerpos humanos. Se encontró, por ejemplo, con dos piedras de molcajete sin molcajete. La cotidianeidad del vivir y el habitar, altera los objetos y construye en su interior diversas memorias.


Cecilia Miranda, bodegón, 2020

En el trayecto, mientras desplazaba su cuerpo del espacio que habita actualmente a aquel otro en el que era más bien una invitada, notó que salían de los cerros colonias enteras con viviendas pintadas del mismo color. De esta forma descubrió la existencia de programas sociales en los cuales COMEX, en conjunto con gobiernos estatales, regala pintura de fachada para que los habitantes pinten sus casas. Esto crea una compleja relación entre la comunidad que decide participar, la empresa que utiliza esos lugares como lienzos de propaganda y contribución al paisaje urbano, y el estado que puede empezar a regular estos territorios.

Esto detonó en la artista una reflexión en torno al pigmento como dispositivo político que acciona instituciones, comunidades y economías. COMEX tiene el monopolio de las pinturas en México, y a todos sus pantones les pone nombre como parte de una estrategia de construcción de identidad nacional. Los colores pueden hablar, al interior de esos cerros, de esas comunidades aparentemente uniformadas, en realidad hay cuerpos humanos que proponen pequeñas alteraciones, cambian el color del marco de la ventana o modifican el color que les dieron mezclándolo con otros. La primera imagen que se tiene del paisaje urbano, y de la vivienda, no es la única. La casa —o casi casa— no se agota ahí.

Cecilia Miranda, Ciento veintiocho susurros, 2021

A partir de esta investigación, Miranda realizó unos ejercicios de poesía cromática y aterrizó sus reflexiones en el proyecto que se presenta actualmente en la exposición de SOMA. Ciento veintiocho susurros (2021) es un poema basado en la literatura experimental y un ejercicio de combinación múltiple entre sonido, imagen y texto. La instalación está compuesta por siete láminas de madera, pintadas con un color COMEX distinto por cada lado y con su nombre correspondiente escrito sobre ellas. Con el viento, los paneles cromáticos se mueven y crean una amplia variedad de poemas. De esta forma, los colores se encuentran susurrando. Por la posición en la que se encuentra, la obra podría simular una ventana, recordando que SOMA es en realidad una casa que se habita de diversas formas. Al mismo tiempo, Miranda buscaba que la pieza fuera visible desde las casas de la comunidad que se encuentra alrededor y que no está involucrada en las actividades artísticas realizadas al interior del espacio.

Cecilia Miranda, Ciento veintiocho susurros, 2021
Cecilia Miranda, Ciento veintiocho susurros, 2021

Este interés por el lenguaje es visible también en alfhabito, código que Miranda realiza desde el 2018 con la intención de mezclar experiencias materiales de espacios de vivienda con las vivencias personales y el diálogo. La serie de textos es, por ahora, ilegible, y que habla de la experiencia de la habitabilidad, aunque el concepto parece no alcanzar para abarcar todos los intereses de la artista. Retoma aquí un planteamiento de Silvia Rivera Cusicanqui, quien dice que uno de los grandes problemas de la sociedad contemporánea son las palabras. Esta crisis de las palabras se debe no tanto por las palabras mismas, sino por la camisa de fuerza en la que son constreñidas. Utilizando siempre las mismas palabras y manteniendo fijos sus significados, se impide trazar nuevos entendimientos sobre el mundo. Tanto Rivera Cusicanqui, como Miranda, llaman a crear nuevas palabras y cuestionar, al mismo tiempo, cómo se nombra la realidad con las palabras que ya usamos.

Cecilia Miranda, Alfhabito, 2018 a la fecha
Cecilia Miranda, Alfhabito, 2018 a la fecha

Miranda se encuentra actualmente realizando una serie de lienzos monocromáticos en pequeño formato, intervenidos con piezas de rompecabezas. Estas piezas ejemplifican cómo los fragmentos de su práctica se conectan en diversos momentos: todos los colores son aquellos pantones COMEX con los que alguna vez se pintó la casa de su infancia, y todas las piezas de rompecabezas forman parte de los objetos que quedaron ahí abandonados. Hay en la práctica de la artista una cualidad profundamente afectiva y autobiográfica. El afecto, el recuerdo, el cariño y la memoria se combinan de múltiples formas a lo largo de su práctica, construyendo pasillos, túneles o puentes entre un proyecto y otro.

Cecilia Miranda, Nachbarn, 2016

Su interés por la vivienda y las casi casas inicia en el 2016, durante una residencia artística en Chile. Durante su estancia, se hospedó en unos edificios con alrededor de setecientos departamentos. Con el deseo de estudiar las relaciones comunitarias generadas al interior de los inmuebles, Miranda se dedicó a observar los espacios comunes, vueltos inhabitables por la monumentalidad del espacio. Poco a poco, empezó a encontrar espacios donde los vecinos se comunicaban entre ellos. Por ejemplo, escribían en las escaleras el número del piso en el que se hallaban o dejando pequeñas notas en una libreta en la lavandería. Ahí fue cuando la artista decidió empezar a profundizar en las relaciones que se tejen al interior de los espacios arquitectónicos.

Cecilia Miranda, Nachbarn, 2016
Cecilia Miranda, Pisos de la Torre Sur, 2016

A su regreso a México, decidió trabajar directamente con el edificio en el que ella habitaba, y la comunidad con la que ahí convivía. Originalmente, era una vecindad, y se gestionó en el 2004 la construcción de un edificio con el apoyo gubernamental del Instituto para la Vivienda de la Ciudad de México (INVI). La relación comunitaria y horizontal de la vecindad se vio trastocada al transformarla en un inmueble de planta vertical. Otro vecino es un proyecto de Miranda que buscaba documentar los cambios en las relaciones y dinámicas internas a partir de los cambios arquitectónicos, lanzando una pregunta por lo común.

Cecilia Miranda, Otro vecino, 2016-2017
Cecilia Miranda, Otro vecino, 2016-2017

Posteriormente, empezó a realizar una serie de ejercicios escultóricos que le permitieran continuar explorando la vivienda, ya de una forma más teórica y sin relación directa con su vida cotidiana. En el material encontró también pequeñas historias, que se ampliaban y modificaban al ubicarlos en lugares que no les correspondían. Estas piezas le han permitido contrastar la experiencia de habitar los espacios y viviendas como suceso social con la construcción imaginaria de la urbe. Se trata de la representación de “ciudades genéricas, visibles pero invisibilizadas, sin particularidad, reconocibles a simple vista por su forma, distribución; contradicción de una escala no impuesta.”

Cecilia Miranda, Ejercicios de esparcimiento, 2018
Cecilia Miranda, Ejercicios de esparcimiento, 2018

Cecilia Miranda estudia a la casa como un espacio político, un lugar a medio camino entre lo público y lo privado. Ahí se conjugan problemáticas materiales y constructivas, con otras políticas, afectivas, económicas y sociales. Al ser un espacio íntimo, gestiona los modos en los que vivimos y nos relacionamos, dando pie a ciertos roles y dinámicas. Tanto la forma arquitectónica de las viviendas, como de la ciudad, regulan las relaciones humanas que se generan en su interior. Quizá sería momento de apostar por un espacio urbano menos rígido, que pueda ser modificado por las interacciones y movimientos de los cuerpos que se desplazan en él. En mi opinión, el objeto de estudio de Miranda es en realidad la construcción de vínculos y relaciones. Aquellas que se fabrican entre cuerpo, espacio, objeto y lenguaje, y todas sus posibles variantes.

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