Isabel Sonderéguer
Conocí el trabajo de Antonia Alarcón (Santiago de Chile, 1994) hace un par de años, cuando presentó Dónde crecen los claveles en LOOT Gallery, en la Ciudad de México. Me pareció que había una conexión entre nuestras historias personales y profesionales: las dos tenemos un pasado conectado a las dictaduras del sur y a las dos nos interesa estudiar la memoria y los problemas políticos desde las prácticas artísticas afectivas. Hace unas semanas, me animé por fin a reunirme con ella.
¿Las emociones, los afectos, pueden tener un valor político? ¿Pueden las expresiones artísticas realmente cumplir un papel crítico o reflexivo? ¿Es posible hablar de lo político desde un lugar afectivo? ¿Cómo hablar de lo sensible sin que pierda relevancia política?
Su estudio lo comparte con una escritora, enfatizando el aspecto colaborativo de su forma de pensar y crear. Utiliza el textil y el bordado, medios a los que, aunque han existido a lo largo de la historia del arte, se les ha dado poca visibilidad. Su producción es autobiográfica, parte de su propia experiencia como mujer chilena en México, del recuerdo y la construcción de la identidad. Por lo tanto, estudia la memoria de la dictadura, el feminicidio, y, más recientemente, los fenómenos migratorios.
Le gusta trabajar con el bordado por su lentitud y sus connotaciones íntimas o domésticas, lo cual le permite adentrarse a sus sujetos y objetos de estudio desde otra mirada. Últimamente se ha aventurado a crear sus propios tintes naturales, experimentando con plantas endémicas mexicanas y los colores que resultan. Sus proyectos surgen de profundas investigaciones, tanto de elementos históricos y teóricos como de datos estadísticos, para aterrizar en los aspectos sensibles y las sensaciones corporales que provocan. Es decir, le interesa la exploración académica con la experiencia emocional del sujeto. A partir de las microhistorias logra exponer el espacio político en su obra.
El origen de Dónde crecen los claveles es la madre de la artista, la cual pone claveles rojos en la casa todos los 11 de septiembre —fecha de inicio de la dictadura militar chilena— como luto, homenaje y acto de embellecimiento. De ahí surge una interrogación personal: ¿qué haces con la vida después de la dictadura? A pesar de haber terminado, la dictadura en realidad no se fue a ningún lado. Los descendientes de los militantes conservan una memoria del suceso, aunque no lo hayan vivido en la propia piel. Al bordar su experiencia particular con la historia oficial, la artista posibilita al observador la creación de una conexión empática. Esto vuelve las vulnerabilidades individuales un poco más horizontales. Finalmente, el espectador interpreta las producciones artísticas entrelazando lo intelectual con su propia memoria sensible. Al interior de esta exhibición, se crearon espacios de diálogo y de contención que permitieron abordar la experiencia dictatorial con otros ojos.
En palabras de la artista “los claveles crecen en los bordes de la memoria y en la resistencia del olvido”. Además de aproximarse al arte político desde lo afectivo, Alarcón quería explorar las nociones de duelo y las maneras en que se mantiene la memoria. Es decir, cómo estos eventos desbordan el marco temporal y se heredan entre generaciones, y de qué maneras podemos acercarnos a un momento histórico que es nuestro, aunque no lo hayamos vivido.
El proyecto que trabaja actualmente es Todos los pastos del mundo, con el cual se ganó la beca del FONCA en el año 2020, y en el que estudia los flujos migratorios que cruzan el país. Una de sus primeras reflexiones sobre la migración fue a partir de una situación personal: habiendo crecido en Chile, pegada a la cordillera, extrañó las montañas cuando llegó a la Ciudad de México. Después de eso se puso a reflexionar sobre la misma palabra migrante y las condiciones que implica, intentando desbordar los estereotipos de la migración indocumentada. En este proyecto realiza una visualización de datos estadísticos sobre los ríos de personas que cruzan el territorio, o se desplazan en su interior, dando una puntada por cada migrante. Descubrió, por ejemplo, que Guerrero es uno de los estados que más expulsa habitantes al resto del país.
Su intención era visibilizar el fenómeno de la migración en México de una manera poética, superando los mapas realizados por instituciones como el INEGI, donde no se logran entender las razones de los movimientos. Todos los bordados se pueden encontrar en su página web, https://antoniaalarcon.com/todos-los-pastos-del-mundo, con el deseo de que el público pueda aproximarse a las imágenes y, a través de ellas, entender mejor el fenómeno migratorio.
Partiendo de la idea de que no hay nada que esté más vinculado a los recuerdos y a la sensibilidad que la geografía natural en la que habitamos, la producción de Alarcón indaga en la noción de paisaje. Co la intención de explorarlo a través de las características específicas del textil realiza una investigación cromática de las plantas y paisajes de la región, y esos son los colores con los que realiza los bordados de los mapas. El horizonte paisajístico se mete en el textil.
Este proyecto le ha permitido acercarse a la idea de mapa para, finalmente, deconstruirla. Un ejemplo de esto sería la pieza Migrando de sur a sur. A pesar de que en realidad la península de Yucatán se encuentra más al norte que la Ciudad de México, es concebida como el sur. Existe una migración histórica de Chiapas a Yucatán, provocada por la producción de henequén y ahora por la industria turística. En términos económicos globales, migrar de una región pobre a otra significa migrar de sur a sur, sin importar la ubicación geográfica. Esto visibiliza la noción de “sur” como una construcción ideológica, hablando de los países concebidos como tercer
mundo e ignorando dónde se registre su latitud. Alarcón problematiza, entonces, los conceptos que construyen los territorios. Es decir, ¿quién decidió realmente cuál era el sur y cuál era el norte?, ¿qué significa el desarrollo y qué implica el progreso?
Su investigación sobre los fenómenos migratorios incluye también la migración de las plantas, buscando entender las razones por las cuales migran. Acompaña los bordados de textos poéticos que ella misma escribió, que exploran cómo los movimientos vegetales se pueden vincular con el deseo humano de cambiar de lugar para encontrar una mejor calidad de vida.
Una de las características a las que se ha enfrentado es la lentitud del medio con el que trabaja. Ella lo utiliza a su favor, anteponiendo el lento proceso del bordado al consumo rápido de la avalancha de imágenes periodísticas que podemos encontrar sobre los sucesos violentos. Como dice Susan Sontag, el espectáculo de la violencia termina por habituarnos al dolor y desensibilizarnos. Hemos visto en las noticias demasiados cadáveres, demasiadas fosas comunes, demasiadas guerras y edificios destruidos. Ante este bombardeo, Alarcón propone la pausa, un caminar lento que parta del afecto, la empatía y el recuerdo.
Con sus obras, la artista busca crear narrativas en sus obras que permitan al espectador generar conexiones emocionales y empáticas con la historia de otra persona y, a partir de ella, con los problemas sociopolíticos. Tiene el deseo de que sus piezas den herramientas para digerir el duelo, y las experiencias traumáticas. Considera que sus piezas tienen sentido, y que cumplen su propósito, cuando entran en relación con los demás. En un mundo que busca eliminar la sensibilidad, ella considera que lxs artistas deben ser el puente entre el arte político y el público, idea que argumenta en su tesis de licenciatura. Es importante generar conexiones empáticas, visibilizando las intimidades e historias individuales que están demarcadas en contextos sociales y políticos.
Ella defiende, y comparto la idea, que las prácticas afectivas son un acto de rebeldía. Es desde estos lugares que podemos tejer otras conexiones e intercambios y generar nuevas maneras de ver el mundo. A Alarcón lo que le interesa es “encontrar estabilidad en los otros, en el abrazo vecino y en las palabras amigas, y si será mi arte lo que me acerque a construir estos espacios, esta será mi valiosa herramienta”.
Es necesario preguntarnos hoy, especialmente con el bombardeo actual de estímulos visuales, de qué modos podemos generar espacios para imágenes críticas; y si es posible tomar las imágenes con cautela, reflexionando sobre ellas y no funcionando únicamente como consumidores. Es necesario buscar y encontrar expresiones artísticas que resistan, que disloquen la mirada, que impliquen e involucren al espectador al mismo tiempo que desplieguen el acontecimiento violento. Es necesario rescatar las emociones, la sensibilidad y sus efectos en el cuerpo, entendiendo que la potencia que las imágenes tienen es justamente que van más allá de lo didáctico e informativo. La forma estética es quizá un camino posible para no dejar mudos aquellos eventos que no hemos podido articular.